sábado, 13 de diciembre de 2008

el abuelo

Día tras día, el se sentaba en el banco de la plaza, ese que estaba enfrente del árbol mas grande de todo el terreno. Cargaba unos 70 inviernos, lluvia mas lluvia menos y poseía una soledad que solo los hijos ausentes eran capases de otorgar.
Todos lo llamaban “El abuelo”

Tenia yo 7 años, cuando me acerque a el, por curiosidad, por culpa de esas ganas locas de averiguar quien era y de donde venia, respuestas que nadie de mi familia sabia podía dar.
Estaba sentado, en ese banco en esa plaza, como todos los días, guardaba unos labios que aun podían sonreír y ojos que no vivían en el pasado, que miraban al presente y a lo que hay detrás de el.
Ocultaba en sus manos, algo que no llegaba a ver

“acérquese, mi niño” me dijo sonriendo “que tengo un secreto y quiero mostrárselo a alguien, para que compartamos juntos tanta riqueza”
A pesar de que mis padres me insistían constantemente que no hable con extraños, ni que me acerque a desconocidos, el no era ni un extraño ni un desconocido, no tenia imagen de serlo, todo en el inspiraban confianza y cariño, así que me senté a su lado.

“Mire mi niño, mire “dijo el abuelo, con un tono de quien habla de un bello recuerdo con su mejor amigo. Lentamente abrió las manos y me mostró aquello que ocultaba, una pequeña flor de color verde, común como cualquier otra flor.

“Es solo una flor” Le dije desilusionado, al no ver un tesoro ni nada parecido
“¿Solo una flor?, No mi niño, esta es una flor mágica, que cambia de colores, solo mira” y con una sonrisa coloco la flor delante del sol y esta tomo un color anaranjado, para luego transformarse en un rojo, envidia de cualquier rosa, a medida que el la hacia girar lentamente.
Desde ese día, todas las tardes luego del colegio, iba a la plaza a encontrarme con el, mi nuevo amigo, en donde el me mostraba otros tesoros a la vista de todas las personas.

Me enseño el lenguaje de los árboles, me mostró la danza que las aves tienen con el aire al volar.
Había atardeceres, en los que el simulaba ser un pintor, y con un pincel invisible, le iba dando colores anaranjados y rojos a las nubes, manchas violáceas al horizonte y un azul oscuro al cielo, a medida que la noche se acercaba.

Un día el no apareció mas, fui a buscarlo a la plaza, como todas las tardes, sin encontrarlo. Nos había nadie que respondiera mis gritos y mis llamados, no había nadie que se llamara abuelo.
Mi madre me contó, que sus hijos lo habían llevado a un asilo para ancianos, para así poder quedarse con su casa, venderla, y luego dividirse la plata.
En ese entonces no lo entendí y es al día de hoy que no lo entiendo.

Nunca supe a que asilo lo llevaron, nadie en el barrio lo sabia, ni siquiera Juan, el panadero, que siempre sabia de todo.

Pero siempre lo imagino, en todos los atardeceres, en alguna plaza, sentado en el banco que esta al frente del árbol más grande, mostrándole a un niño, su más preciado tesoro, una flor mágica que cambia de colores.

2 comentarios:

  1. Bien chaval
    Bello y mágico escrito
    Que me habla de vuestra forma de mirar
    el mundo y de encontar belleza donde muchos no la ven
    Manteneos firme en la vereda y mañana sera un gran hombre

    ResponderEliminar
  2. Me encanto el cuento, precioso.

    Muy tuyo, Rey, muy tuyo.

    ResponderEliminar