Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas. Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura. Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal. |
Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.
La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.
La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.
Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
"¿Qué está pensando?", pregunté.
Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.
"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".
Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba transpasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.
"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"
"Sí", dijo, todavía mirándome.
"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."
"Sí."
Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."
"¿Algo cómo qué?"
"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."
Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.
"Prométame no tomarme como un chiflado."
"Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"
"No."
"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"
Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.
"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."
Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.
"Vamos", dijo.
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.
Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa.
Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.
En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.
Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.
Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.
Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.
Mario Benedetti
Que tierna historia. Dos seres casi iguales, diferentes al resto del mundo, se encuentran, y se dan cuenta que sus defectos no son impedimento para amar.
ResponderEliminarA mi querido Cuervo siempre traes escritos que te hacen pensar
ResponderEliminarmucho y eso me agrada por que no veo solo lo que se narra sino
el trasfondo
En este caso tomó Benedetti la fealdad física como algo que
nos aisla del mundo y nos condena a la soledad
Pero sabes lo asocio a mi persona ,ser diferente es algo así
como fealdad ...jaja la rarita
Me agrado muchisimo: tristeza y desolación en los personajes
y el amor que nos vuelve bellos...siempre hay alguien como nosotros, no somos solos
Gracias
Un beso Brujo
Bueno, yo esa fealdad no la ataño solamente a lo físico, yo pensaría la forma en la que los seres que pensamos o actuamos de forma distinta somo raros para los otros, y el encontrar a alguien que sea parecido es algo hermoso, es verdad hermana, concuerdo contigo en todo, todos somos raros en un mundo donde el estereotipo es que seas de una forma definida por ellos mismos, me encanto señor Alexis, gracias por hacerme pensar que no estamos solos todos los raros y diferentes del mundo.
ResponderEliminarPos no lo habia leído agorero pero casi podría decir que como aro al dedo, cuantas veces nos sentimos así, estemos igual o peor que los dos aquí mostrados
ResponderEliminarY cuantas veces solo hace falta correr la cortina para descubrirse a uno mismo.
Pero lo que más duele,es que la fealdad no siempre es exterior sino interior, un completa porquería,
una hipocresía de persona
Un escrito que deja una marca profunda en el interior
Joder Crow, me encanta como cuenta una cosa tan simple como que siempre, siempre la realidad aun siendo horrible, siempre es mejor que una mentira.
ResponderEliminarJoder Crow, me encanta como cuenta una cosa tan simple como que siempre, siempre la realidad aun siendo horrible, siempre es mejor que una mentira.
ResponderEliminarQuien no se ha sentido feo, entiendo feo a raro, extraño y diferente al resto?. Realmente la fealdad no es la de fuera, lo que los otros perciben como raro, feo o extraño.
ResponderEliminarLa fealdad es la del hipocrita, que siendo feo se viste de guapo, de ahi que Benedetti al final descorra la cortina, por que descubre que realmente no hay mayor feo que el feo interior.
Gracias Crow por exponerlo , me encanto leerlo.
mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm
ResponderEliminarme gusto mucho la parte en que las manos fueron los ojos
un escrito muy triste
Yo lo confieso, a veces no me gusta ver lo que se refleja en un espejo cuando estoy frente a el, y aun mas de cuerpo completo.
ResponderEliminarUmm en verdad debes amarte más Manu por que amandonos primero a nosotros mismo aprendemos a amar
ResponderEliminara los demás y asi mejoramos el alma del mundo
Un abrazo hermano y piensalo
mmm Ya lo pense, y senti tu hacha tan afilada como siempre para hacerme reaccionar. Gracias hermana, Ya reaccione, me convertire en el pitufo vanidoso para verme en el espejo jajajaja Aunque mejor no, porque ya vi en la fotos del google que no me cae usar esa flor en el cabello. Gracias.
ResponderEliminarJajaja ahora si que me hiciste reir
ResponderEliminarCuando pare de doblarme de la risa por imaginarte con la flor sigo
Anda Manuel mirate mejor, que la belleza esta en los ojos del que mira.
ResponderEliminarNuit, no dire bueeee, sino que berreare beeeeee beeeeee jajajaja. Ni loco usaria esa flor en la cabeza. Si mi hermano me viera me caeria de culo de la risa jajajaajja. A mi me gusta mas el pitufo gruñon, ¿Sera porque somos muy renegones? jajaaja
ResponderEliminarNovia, tienes razon, te hare caso, gracias por tus palabras. Saludos.