martes, 13 de octubre de 2009

el violinista y el flautista

Cenizas, humo de cigarrillo en el aire, vapores de alcohol bajo la luz de las sucias lámparas del bar. Ya amanecía y los pocos seres que quedaban, se aferraban a sus sillas para no caer al suelo, por culpa del sueño y la bebida. En medio de un escenario mal iluminado, un hombre de delgada figura, vestido con un traje arrugado, gastado y negro, tocaba el violín de forma magistral, pero sus notas llegaban a oidos sordos, nadie de lo que aun permanecían en el bar, le prestaban atención.

 

 

Era triste la melodía, al igual que su rostro, de ojos profundos y negros, de una mirada perdida en la nada, quizás en algún escenario magnifico de los sueños, lleno de gente atenta a su música, a su arte.

Pero el ruido de un vaso que choca contra el suelo, le arrebata su ilusión, trayéndolo de vuelta a la realidad, al oscuro bar en donde toca ante seres sordos. Resignado, guarda delicadamente el violín en el viejo estuche de madera, y sale del lugar. Afuera él frió se extendía cómodamente por la calle, el sol aun no volaba muy alto, y los grises edificios creaban largas sombras que lo cubrían todo. Lentamente, sin apurar sus pasos, el violinista recorre la vacía vereda, esquivando los charcos de agua, contemplando su rostro en ellos. A su alrededor la ciudad parecía tragárselo, en fauces de concreto y piedra, en ríos de baba corriendo por las calles hacia las cloacas, un bocado por la mañana, para un monstruo insaciable.

 

 

De pronto el violinista cruza sus ojos con otros ojos iguales a los suyos, profundos, negros y tristes, ojos que miran mas aya, perdidos en algún mundo lejano con el que se sueña todas las noches y que se desvanece al despertar. Ojos de niño, de un niño de la calle, de ropas gastadas, grises, de pies sucios y de manos pequeñas, que sostenían una tosca flauta de madera.

 

 

Se miraron, el violinista se vio a sí mismo en el niño y el niño se vio a sí mismo en el violinista. El hombre no sabia que hacer, hizo una mueca graciosa, tratando de causarle una sonrisa al niño, pero este no tenia más sonrisas que dar. De pronto se le ocurrio una idea, saco su violín, ajusto su arco, y mirando a los ojos del chico, empezó a tocar una alegre melodía, aguda, saltarina, libre y fresca como el viento, y el niño sonreía, se sentía feliz, y con sus pequeñas manos, acompaño la música del violín con su flauta. Alrededor de ambos todo se transformaba, los edificios dejaron paso a amplios cielos azules, y nubles blancas y viajeras, las veredas y el asfalto se transformaron en amplias colinas y extensas llanuras, de pastos verdes y brillantes, ondulantes y bailarines, al son de la música y el viento.

Flores de todos los colores, árboles de arco iris surgían con cada nota y compás, pájaros que volaban siguiendo el ritmo de la música, que cantaban a coro.

 

 

Pero de repente un gruñido borro toda la visión, todo el mundo mágico desapareció, transformándose en la deprimente ciudad. Era el padre del niño, borracho y sucio, con la maldad en cada uno de sus gestos y una voz más cercana al ladrido que a las palabras.

 

 

“Ven acá pendejo” bramo el padre al niño. Este temblaba de miedo, no quería moverse, acercarse a el le causaba terror, pero más terror sentía cuando pensaba en como se pondría si no le obedecía, y escondiendo la flauta entre sus ropas, camino lentamente hacia el terrible hombre, con las piernas temblando. De pronto el padre vio al violinista, vio su instrumento musical, no sabia que era y esa ignorancia le causo odio, pero también vio los ojos del músico, y tan familiares le eran, tanto odio le causaban, que se abalanzo sobre él, dispuesto a matarlo.

 

 

El niño lloraba, veia como su padre golpeaba al músico, sentía impotencia de no poder hacer nada, de no poder ayudarlo y salvarlo de las terribles garras de ese ser que tenia como familia. Lloraba y lloraba, hasta que recordó la flauta, recordó la mágica melodía, y con sus dedos frágiles y pequeños, y llevándose la flauta a los labios, recreo débilmente la música que nacía de su corazón. Y tal era el amor que ponía en cada nota, que todo volvió a transformarse, la ciudad se desvaneció, volvieron los cielos azules y las colinas verdes, y el músico ya no era un músico, era un caballero de brillante armadura y poderosa espada, que con ágiles movimientos, luchaba contra un horripilante ogro, venciéndolo y rompiendo el hechizo con el que tenia prisionero al niño.

 

 

Y desde ese entonses siguen juntos, el violinista y el flautista, recorriendo con su música, mundos imaginarios, valles encantados y caminos secretos, que solo descubren aquellos que ven, que escuchan lo que hay mas allá.

 

 

El rey de los desterrados

5 comentarios:

  1. Aun que me puso triste es bello siempre creas puentes a mundo maravilloso
    cuantos niños deberían tener o una flauta mágica o la tiza rosa .

    Un abrazo grande de mi corazon al tuyo

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  2. Bellisimo como dice Iansa tienes ese don de transformar la realidad a sueños
    donde todo es mágico , donde estamos a salvo del dolor y la falta de humanidad

    Allí viajo seguido
    Un beso mi hacedor de milagros

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  3. pues es el reflejo de muchos como nosotros que escribimos y deleitamos a nuestros pares con las letras del alma
    mas nunca el mundo se dara cuenta de nuestra precencia ..somos solo sombras que transitan en la umbra ,,paseandose por la celosia del olvido .

    karmilla ..

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  4. Como quisiera tner una flauta asi para poder viajar a donde quiero. Solo queda agarrar mi violin y empezar a rozas sus cuerdas para entonar una cancion alegre, una cancion triste qu sera la mejor cancion del mundo.

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