lunes, 2 de noviembre de 2009

El vino de la noche

En el amplio salón de baile del palacio, todo parecía tener un brillo propio, el mármol de los suelos, los enormes ventanales, pulcros y transparentes, y la enorme araña de cristal, que brillaba como miles de estrellas danzantes. Afuera el mundo era de color gris. Todos los colores, los brillos y las centellas, se encontraba dentro del palacio.

 

            Poco a poco, las parejas de baile fueron llegando, en lujosos carruajes tirados por majestuosos caballos grises. Los hombres iban vestidos con lujosos trajes, de un impecable blanco, todos llevaban mascaras de color negro, que le cubrían enteramente el rostro, a excepción de los ojos, que se apagaban, en medio de la negrura.

 

Las mujeres traían majestosos vestidos de gala, completamente negros, con volados de seda, que flotaban como el viento, ante la más mínima brisa. Sobre sus rostros llevaban inexpresivas mascaras de color blanco, que al igual que la de los hombres, solo mostraban los ojos, cubriendo todo lo demás.

 

Ninguno de los presentes sabia donde estaba su pareja, solo podían reconocerla por la mirada, tenían que buscar los ojos, zambullirse en ellos, iniciar un débil y tímido contacto visual, para luego bailar El Ultimo Vals,  en donde sabrán si eligieron correctamente, para luego poder vivir eternamente, junto al ser amado.

 

Entre todos, había un hombre, de unos profundos ojos marrones, como dos posos negros que se confundían con el color de la mascara. Recorría el salón lentamente, buscando en cada una de las mascaras blancas, aquellos ojos celestes que amo por tan largo tiempo. Pero no los encontraba, veia ojos verdes y brillantes como esmeralda, un par de color gris y de mirada lluviosa, otros eran marrones y claros, algunos tristes, otros alegres, los habia de mirada penetrante, los habia misteriosos, llenos de incógnitas.

 

Los músicos en un rincón tocaban sus instrumentos, y unas pocas parejas bailaban en el centro del salón, buscando la confirmación de sus esperanzas, al son de cada nota, mientras él seguía buscando, en las pocas personas que aun no se habían unido con nadie. Entonses vio, en un rincón, el cielo en dos pequeños puntos brillantes, nadando temerosos en un mar de pupilas ajenas y desconocidas. No fue necesaria señal alguna, solos se acercaron al centro del salón e iniciaron la danza.

 

La unión era total, ambos bailaban siguiendo un ritmo único, el de sus corazones al unísono, sin hablar, solo mirándose y bailando, esperando que la Gran Noche llegara. Las poderosas campanas de la torre del reloj, anunciaban el nacimiento de la media noche. La luna dormía flotando, arropada entre nubes y dentro del salón, el baila habia llegado a su final. La organizadora del baile, reina del palacio y de la noche, era la única que no llevaba mascaras.

 

 Era una mujer joven y anciana a la vez, como si solo envejeciera por dentro, en su alma pero no en su cuerpo. Llevaba un largo vestido rojo, que parecía estallar con cada movimiento, rojo también eran sus labios, su pelo largo y lacio y sus ojos, dos rubíes.

 

“Bienvenidos al fin de la vida gris y al inicio de la larga noche” dijo esta mujer con una voz cristalina “me alegra observar que este año no hay nadie que no haya encontrado a su pareja, todos han buscado por años y han bailado el Ultimo Vals, el cual a llegado a su fin. Acompáñenme por favor, hasta la otra sala, en donde iniciaremos el viaje.”

Tomados de la mano, el y ella siguieron a la anfitriona, hasta una habitación, lujosamente decorada, pero con menos brillo, con mas sombras y oscuridad, con velas escupiendo cera mientras las consumía un fuego vacilante. Tapices con diferentes motivos colgaban desde los techos, algunos mostraban parejas bailando, otros representaban la noche y sus estrellas.

 

Desde las paredes, grandes cuadros contaban, en su mudes, la historia de como habían sido los distintos bailes a lo largo del tiempo, en donde todos tenían algo en común, incluso los más antiguos, en todos siempre estaba presente una mujer vestida de rojo.

 

“Por favor, quítense sus mascaras” dijo la mujer, que bajo la luz del fuego de las velas, daba la impresión de no ser mas que una ilusión, un vapor mental en medio de la bruma.

Mientras las parejas develaban su verdadero rostro a la luz de las velas, la anfitriona le fue alcanzando a cada una de las parejas, una copa de oro llena de un embriagante vino.

 

“Este es el primer paso” dijo la mujer de rojo “cuando beban de esa copa, estarán unidos para siempre y pase lo que pase, su amor será eterno como la noche.”

 

Él, contemplo el vino dentro de la copa, que reflejando la luz, formaba extrañas figuras de color marrón y fuego. Ella estaba perdida en los destellos del oro que reflejaba las llamas de las velas.

 

“¿Estas nerviosa, amor mío?” Pregunto el chico de los ojos oscuros

“Para nada mi cielo, confió en ti y en lo que siento.” Le respondió la mujer de los ojos celestiales.

 

Ambos se contemplaron, y mirándose a los ojos, se juraron amor eterno. Se besaron apasionadamente, como en un hasta luego, y dejándose llevar por las sombras, bebieron el vino envenenado, con el que juntos, tomados de la mano, se adentraron en la noche.

 

 

el rey de los desterrados

5 comentarios:

  1. Ayaaaaa pololito venianos de milesssss en el cuentis y terminamos en suicidio
    No se vale , ashi no se vale , ke ganamos si paramos la pata juju

    Ta buenoooo aunke io a ese baile no voy ni en peda jujuju
    Tqmm
    Beshitosss

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  2. Los mataste O .O
    pensaba que terminarian Vampiros o así
    y zas se mueren ajajjaj
    pero quien era la mujer de rojo?

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  3. wuau, amor eterno que hermoso, me ha gustado mucho el relato.

    Ave Rey de los desterrados.

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  4. Un escenario perfecto para un vampiro, un baile, unos ojos negros, una copa que nos concede la vida eterna, que nos concede el amor eterno.

    Un abrazo .

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  5. Que romantico. Me hizo recordar aquel baile en el castillo de dracula. Lo que hubiera dado por estar en este baile del escrito.

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