Catalina Buendia de Pecho

Muy escasos datos biográficos existen respecto a la vida de Catalina Buendía de Pecho. Los pocos testimonios que se conocen son a través de la tradición oral de los habitantes del distrito iqueño de San José de Los Molinos. Se sabe que nació en Lea, pero se afincó en el citado distrito. Morena e imponente, decidida, de carácter fuerte y patriótico desde sus años escolares. Contrajo matrimonio con el joven molinense José La Rosa Pecho, con quien tuvo un hijo de nombre Hilario.

La tarea cotidiana de Catalina Buendía de Pecho era recoger algodón en las haciendas iqueñas y en las del distrito San José de Los Molinos. En ese trabajo forjó su carácter dominante y sus dones de liderazgo. El heroísmo de esta valerosa mujer iqueña fue el contrafuerte iqueño El Cerrillo, ubicado en las estribaciones de los Andes.
San José de Los Molinos es un floreciente y apacible distrito de la provincia de Ica, creado el 14-11-1876, ubicado en la margen izquierda del río Ica, a 20 kilómetros al norte de la ciudad del mismo nombre.

El heroico sacrificio de esta mujer, valiente y decidida, modesta y dominante, y heroína anónima del pueblo iqueño, merece ser puesto en el sitial glorioso de quienes sacrificaron sus vidas por salvar la dignidad y el honor de la patria herida. Según la tradición oral, que vive latente en las entrañas del pueblo iqueño, existen escasas fuentes históricas.
En la mañana del 20-10-1882, un viajero de Ica a Los Molinos divisó que tropas chilenas se acercaban a dicho lugar. Este hecho le permitió acelerar su cabalgadura, exclamando, fuertemente: “¡Vienen los chilenos!, ¡vienen los chilenos!, ¡viva el Perú!”

Esa misma mañana, Catalina Buendía de Pecho se hallaba recogiendo algodón en una hacienda contigua, cuando escuchó los alarmantes gritos del nervioso jinete. Es, entonces, que, súbita y decididamente, se aprestó a impedir el paso del ejército chileno, y con nuestra sagrada bicolor en la mano reunió al pueblo en la plaza del distrito: “¡A la plaza!, ¡a la plaza!, ¡no pasarán!, ¡no pasarán!, ¡viva el Perú!", reuniendo y movilizando a todos los pobladores.

Reunidos todos los defensores, optaron por encaminarse a El Cerrillo, situado a tres kilómetros de la plaza, y se parapetaron tras las rocas para impedir el paso al poblado, portando escopetas, hondas, barretas, puñales, trozos de fierro, etcétera.
Así aguardaron al enemigo, en medio de un sofocante calor. Entonces, Catalina, organizó la defensa, muy próxima a los chilenos. Para calmar la sed, dispuso que trajeran agua, la que no hallaron, pero sí la famosa chicha de jora, depositada en diversos cántaros, la que sería agregado en zumo de las vainas de un arbusto propio del lugar llamado “piñón”, que producía la muerte suministrado en cantidad especial.

Así planeó dar de beber la chicha envenenada al jefe y a los soldados chilenos, quienes, por el calor y la fatiga, y justificando su triunfo, aceptaron beberla. Pero, los chilenos, previendo una emboscada, tomaron sus precauciones, para no caer en alguna estratagema.

Catalina se adelantó y ofreció la chicha al oficial que comandaba la tropa invasora, señalando y exaltando el triunfo chileno que habían tenido en Lea, por lo que accedieron a beber en nombre del éxito. El oficial pidió a Catalina que bebiera primero y que él lo haría después. Así fue. Tras algunos minutos, Catalina se desplomó violentamente, mientras que el oficial moribundo le disparaba un tiro en la cabeza y caía muerto al igual que otros soldados. Los defensores iqueños fugaron velozmente guiados por las jóvenes Maco y La Torbellino, refugiándose en una mina abandonada, en su camino hacia la Cordillera de los Andes.