“Una moneda, una historia” me dijo mi abuelo, la primera vez que le pedí que me obsequiara su colección; yo tenia unos 5 años y el hacia una semana que estaba viviendo con nosotros. Aun lo recuerdo sentado en la terraza de nuestro hogar, contando una y otra vez su basta colección, acomodándolas en pequeñas columnas, y volviéndolas a guardar de forma desordenada en la vieja caja de metal. Me tomo una semana armarme de valor y pedírselas, no tanto por quererlas sino para saber que era aquello que tanta fascinación le causaban; fue ahí cuando me respondió “Una moneda, una historia. Todos los días vendrás y yo te contare un cuento y a cambio te llevaras una moneda”.
Día a día yo subía a escuchar sus historias mientras que poco a poco ese tesoro que a los ojos de mi niñez era de lo mas valioso que había visto pasaba a ser mio. Pero con el tiempo las sus narraciones se me hicieron tan valiosos como las monedas por las que las escuchaba; algunas de sus historias eran personales, otras eran ficticias ¡y las había de todo tipo!, recuerdo una historia en particular, tan oscura y extraña que aun hoy no la entiendo, pero por la que obtuve 4 monedas mas junto con la que obtenía siempre. También a veces con una mirada misteriosa, me contaba secretos, de porque los cuervos son negros, o de cómo llegar a escuchar el canto de la luna.
Pasaron 15 años y llego el día en que ese aparente inagotable tesoro dejo de ser tal.
“Saca una moneda hijo mió” me dijo mi abuelo como me decía todos los días
“ya no hay mas abue, se acabaron”
“¿no hay? Y yo que pensé que aun quedaban una o dos… a ver espera un momento”
Entonces extrajo un pequeño monedero y con paciencia fue tanteando una por una las monedas; sus dedos ágiles, acostumbrados a ser los ojos en ausencia de estos, recorrían las superficies metálicas en busca de surcos y relieves. Finalmente se detuvo y con una sonrisa en los labios me extendió lo último que le quedaba de aquel basto tesoro, una moneda alemana del 1876.
“bueno mi hijo, es hora de la ultima historia, una moneda, una historia, ¿recuerdas?”
A las pocas semanas nos dejo, esa aparente inagotable vitalidad que poseía termino por agotarse y me dejo, no sin antes hacerme el guardián de aquello que el mas apreciaba...
Por hoy esta historia llega a su fin, vengan mañana que gustoso les contare otra y quien sabe, si son buenos oyentes tal vez se ganen una moneda.
“Una moneda, una historia” me dijo mi abuelo, la primera vez que le pedí que me obsequiara su colección; yo tenia unos 5 años y el hacia una semana que estaba viviendo con nosotros. Aun lo recuerdo sentado en la terraza de nuestro hogar, contando una y otra vez su basta colección, acomodándolas en pequeñas columnas, y volviéndolas a guardar de forma desordenada en la vieja caja de metal. Me tomo una semana armarme de valor y pedírselas, no tanto por quererlas sino para saber que era aquello que tanta fascinación le causaban; fue ahí cuando me respondió “Una moneda, una historia. Todos los días vendrás y yo te contare un cuento y a cambio te llevaras una moneda”.
ResponderEliminarDía a día yo subía a escuchar sus historias mientras que poco a poco ese tesoro que a los ojos de mi niñez era de lo mas valioso que había visto pasaba a ser mio. Pero con el tiempo las sus narraciones se me hicieron tan valiosos como las monedas por las que las escuchaba; algunas de sus historias eran personales, otras eran ficticias ¡y las había de todo tipo!, recuerdo una historia en particular, tan oscura y extraña que aun hoy no la entiendo, pero por la que obtuve 4 monedas mas junto con la que obtenía siempre. También a veces con una mirada misteriosa, me contaba secretos, de porque los cuervos son negros, o de cómo llegar a escuchar el canto de la luna.
Pasaron 15 años y llego el día en que ese aparente inagotable tesoro dejo de ser tal.
“Saca una moneda hijo mió” me dijo mi abuelo como me decía todos los días
“ya no hay mas abue, se acabaron”
“¿no hay? Y yo que pensé que aun quedaban una o dos… a ver espera un momento”
Entonces extrajo un pequeño monedero y con paciencia fue tanteando una por una las monedas; sus dedos ágiles, acostumbrados a ser los ojos en ausencia de estos, recorrían las superficies metálicas en busca de surcos y relieves. Finalmente se detuvo y con una sonrisa en los labios me extendió lo último que le quedaba de aquel basto tesoro, una moneda alemana del 1876.
“bueno mi hijo, es hora de la ultima historia, una moneda, una historia, ¿recuerdas?”
A las pocas semanas nos dejo, esa aparente inagotable vitalidad que poseía termino por agotarse y me dejo, no sin antes hacerme el guardián de aquello que el mas apreciaba...
Por hoy esta historia llega a su fin, vengan mañana que gustoso les contare otra y quien sabe, si son buenos oyentes tal vez se ganen una moneda.
El rey de los desterrados
Gracias por participar Rey
ResponderEliminarse ve que esto ya no estira mas
A tu elección subir un titulo si lo deseas
y a los que leyeron el post gracias también
ok, pos a lo que me llaman, a ver algun titulo bueno, algo atrapante, que inspire, que de terror y de risa a la vez.
ResponderEliminarla pucha, esta dificil...
"El ladron de miradas"
ok, listo el titulo, escriban, escriban que se viene el fin del mundo!!!