Nada queda

Sangra el cuerpo de la tarde, como un sueño reciente e infame, golpe de carne, raspón de calle, literal llanto de niño. Seca la lengua, los ojos estallan en el glamour y furia retenida en segundos de sábana, ¡duele!, duele mucho. Solo quedan vanas ganas de trazar, estas ganas de llorar y la voz que hace callar un grito sordo; esto queda de las ruinas del dolor, el llanto por tu amor y una rosa; muerto en vida, llorando hielo, ahogado en el terror lloro en tu seno. Detrás de las sonrisas, entre los muertos, en la duda, en el rezo, asomado a la angustia, al engaño, a lo verde, no estaba junto al llanto, junto a lo despiadado, por encima del asco, adherido a la ausencia, mezclado a tus cenizas, al horror, al delirio. Esta poesía tiene la forma de la ausencia, la ausencia tiene tu forma, tu tienes la forma de la fuente, no de agua, sino de tiempo, y en lo alto del chorro de la fuente saltan mis pedazos, el fui, el soy, el no soy todavía. ¡Me dueles!, inmensamente, insoportablemente me dueles, toma mi cabeza, córtame el cuello, nada queda de mi ahora. Solo quedan muchas noches que soñar, mucha sangre que llorar, rosas rojas en el viento desgarradas, nada queda de tu voz condicional, de tu manto estelar, de las noches de vergüenza en los cielos, solo gotas saladas que caen, palabras que recordar, si no quedas tú... entonces nada queda. Cae la gota, cae y abre la yaga, cae y abre la boca de aromas fétidos, cae la gota, cae y salpica el charco, charco que viste de reflejo el rostro que se mira en el, buscando, observando como la gota cae, como cae la gota, cae, cae y abre lo que debe cerrar, cierra lo que hay que llorar y llora lo que hay que llover. En gotas, y cae. Se muere el universo de una calma agonía, agoniza Saturno como una pena mía; la tierra es una fruta negra que el cielo muerde, y por la bastedad del vacío van ciegas las nubes de la tarde, como barcas perdidas que escondieran estrellas rotas en sus bodegas, y la muerte del mundo cae sobre mi vida, solo un grito, un te amo  y nada queda   Vladimir