panaderia "la cholita"

La mañana se presentaba fría y seca, de esas en las que caminar por la vereda, con el sol en la cara, es el lujo más grande que uno puede darse. En la panadería del barrio, José dueño y panadero, iba a toda velocidad a lo largo del local, ordenándolo todo, mirando cada detalle; la panadería ya estaba lista, pero él era tan perfeccionista, que veia defectos por todos lados. Sentada en un pequeño banquito, su hija, la Cholita, lo miraba ir de un lado al otro y se reía a carcajadas, ya que su papá corría como un demente, aun cuando la panadería era de un tamaño diminuto.

 

A las 12 del mediodía, horario en que los empleados de las fabricas salían para almorzar, la panadería se llenaba de trabajadores, que abarrotaban cada centímetro, y los que no podían entrar, esperaban afuera, formando una inmensa cola que se extendía por varias cuadras.

Y si antes José corría, ahora volaba, atendiendo los pedidos, mientras la Cholita atendía la caja. “Jose, dame 4 flautitas...” “...media docena de facturas...” “...medio de pan...”. Era así todos los dias, en los que por una hora eterna, la panadería vendía mas de lo que vendería en un mes entero.

 

Las horas pasaban, los dias pasaba, y lentamente todo fue cambiando, la panadería cambio de local, por uno más grande que se encontraba a dos cuadras del anterior, donde estuvieron por varios años mas, hasta que murió junto con su dueño. El local permanece abandonado, nadie mas lo volvió a ocupar. Pero aun, cada vez que paso por esa calle con mi abuela, ella mientras recuerda, me cuenta la misma historia, como si nada hubiera cambiado, y a mí me parece oler en el aire, el atrayente aroma del pan recién horneado.

 

 

el rey de los desterrados