jueves, 9 de junio de 2011

la falta de memoria

La siguiente historia es totalmente cierta mas me da igual si me creen o no, solamente voy a narrarla lo más fiel posible y luego ustedes decidirán qué hacer con ella. Quienes me conocen más íntimamente sabrán que yo nací en un pequeño pueblo alejando de la capital, llamado General Genobio, en honor a un militar de poco éxito que desempeño un papel poco relevante en la llamada Conquista del Desierto. Al lado de mi casa vivía el Señor Rodríguez (no recuerdo su nombre), un hombre de unos 40 años a la hora de suceder el evento que pronto relatare, soltero y sin familiares; una persona solitaria por decirlo de una forma concreta.

Resulta que aproximadamente a la fecha en que yo tenía 5 años, Rodríguez perdió todas sus memorias, todos sus recuerdos desaparecieron una noche mientras una niebla blanca tomaba aposentos dentro de su mente; obviamente al ser un pueblo chico un simple caso de amnesia se transformo el evento del año, aun mayor que el supuesto rapto de gallinas llevado a cabo por el Intendente Jorge Ramírez. Ningún medico supo que era lo que tenia, no presentaba síntomas de enfermedades mentales o de cualquier otro tipo “es como si se le hubiera caído el cerebro” decían los alicantes de inyecciones.

Desde que perdió la memoria, Rodríguez se pasaba todo el día sentado en la vereda de su casa mirándolo todo como si quisiera adivinar para que servían esas cosas blancas, lejanas y cambiantes que se ubicaban muy por encima de todo, o porque caían lentamente esos trozos marrones de algo parecido a tela pero que no es tela; yo lo veía siempre cuando salía hacia el colegio y lo saludaba, luego al volver otra vez lo veía y lo saludaba, el tan solo me miraba largamente quizás porque no recordaba como devolver el saludo o simplemente porque no sabía que era un saludo.

La madrugada de un sábado de un julio por demás frio, unos terribles alaridos de coraje despertó a medio pueblo, mientras que la otra mitad siguió durmiendo. Yo fui el primero en asomarme a la calle con el afán de descubrir cuáles eran las causas de ese griterío atroz y lo descubrí, aunque mi cerebro se tomo su tiempo en procesar lo que estaba viendo;  en plena calle se encontraba el Sr. Rodríguez, vistiendo una bata de baño naranja, una boina desecha y revoleando un palo de escoba al grito de “¡SOY ALEJANDRO MAGNO, EL UNICO, EL HIJO DE DIOCES!”. Resulta que a falta de recuerdos termino inventándose unos, robándolos de un viejo libro de historia que tenia tirado por ahí; quizás en las grandes ciudades sus habitantes estén inmunizados contra la locura, pero en un pequeño pueblo como en el que vivía, el menor desvarío era síntoma de demencia y debo decir que eran muchos los dementes, ya que varios creyeron que en verdad Rodríguez era Alejandro Magno y se unieron a él en una campaña de conquista que iba desde Cierra Negra, hasta Lomas Miradas. Y allí iban, el ahora Alejandro, seguido de 30 hombres y 15 mujeres armados con palos, caños, algún que otro rastrillo, de pueblo en pueblo luchando sin éxito, hasta el Rodrigas volvió a perder su memoria y Alejandro volvió a habitar los libros de historia.

Bien podría ponerme a relatar uno y cada uno de los recuerdos que se fue apropiando o creando, pero para no volver tedioso el escrito, resumiré todas a excepción de la última, que era el final de este relato. Luego de Alejandro, llego el gran bailarín ruso Kiundstekski, el cual tenía por costumbre recorrer el pueblo a base de saltos, piruetas, largas caminatas en punta de pie. Posteriormente llego el Sr. Consentini, capo de la cosa nostra, quien luego fue sustituido por Tomás de Torquemada, celebre e infame inquisidor. Más tarde llego Miss Violete, antigua prostituta quien termino siendo la dueña de La Casona De Las Delicias, el prostíbulo más lujoso y secreto que jamás tuvo el pueblo. Cuando Miss Viole… perdón, el Sr. Rodríguez cumplió los 75 años, adopto lo que sería su última personalidad antes de desaparecer completamente.


 Una mañana en la que me encontraba sentado en la vereda de mi hogar, lo veo salir vestido de hombre seguido por un enorme sequito compuesto por lo que parecían ser 40 soldados españoles del año 1400, 10 aborígenes y 3 burros cargados hasta el tope con bolsos y cajas.


“Hola Sr. Rodríguez, ¿Cómo debo llamarlo el día de hoy?”


“Yo no me llamo Rodríguez, mi nombre es Juan Ponce de León y Figueroa, conquistador y seré el primer español en beber de las aguas de la fuente de la juventud”


“Parece algo serio e importante, no le molestare; le deseo toda la suerte del mundo”


“No necesito de la suerte, ya que dios esta de mi lado; pero aun así se lo agradezco joven”


Y se fue simplemente a buscar las aguas de la fuente de la juventud, caminando enérgicamente seguido por el sequito de soldados, aborígenes y burros; a las 3 cuadras cuando ya no eran más que un pequeño punto, doblaron en la esquina de San Martin y Heredia y los perdí de vista.

 

El rey de los desterrados

1 comentario:

  1. Me dio risa como estuvo vestido cuando se creia alejandro magno y viajaron de pueblo en pueblo tratando de conquistarlo a punta de palos, tuberias y rastrillos. Al menos en su amnesia y locura hizo las cosas que quizo sin el temor al que diran, algo que nosotros no hariamos. Que envidia me da el señor rodriguez.

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